Leer | Efesios 2.1-10
1 Y él os dio vida a vosotros, cuando estabais muertos en vuestros delitos y pecados,2 en los cuales anduvisteis en otro tiempo, siguiendo la corriente de este mundo, conforme al príncipe de la potestad del aire, el espíritu que ahora opera en los hijos de desobediencia,3 entre los cuales también todos nosotros vivimos en otro tiempo en los deseos de nuestra carne, haciendo la voluntad de la carne y de los pensamientos, y éramos por naturaleza hijos de ira, lo mismo que los demás. 4 Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, 5 aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos),6 y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, 7 para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. 8 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; 9 no por obras, para que nadie se gloríe.10 Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas. |
12 de noviembre de
2014
¿Por qué razón tantos que han puesto su fe en Jesucristo se
sienten derrotados? Puede ser porque no han llegado a entender, por completo,
lo que sucedió cuando fueron salvos. O porque quizás, estén tratando de
entender lo que significa ser salvos de verdad.
Desde la perspectiva
de Dios, antes de que confiáramos en Cristo como nuestro Señor y Salvador,
estábamos muertos en nuestros pecados ((Ef 2:5 [RV1960])
aun
estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por
gracia sois salvos),, bajo su ira ((Jn 3:36 [RV1960])
El que cree en el Hijo tiene vida
eterna; pero el que rehúsa creer en el Hijo no verá la vida, sino que la ira de
Dios está sobre él.
y condenados a la separación eterna de Él ((Ap 20:15 [RV1960])
Y el que no se halló inscrito en el
libro de la vida fue lanzado al lago de fuego.
Nos veía como personas que merecían la condenación, y
cuyos esfuerzos eran inútiles contra la ira divina —como rebeldes incapaces de
volvernos a Él, de no ser por la obra del Espíritu Santo.
Dios nos veía como desvalidos e irremediablemente perdidos. Era
evidente que se necesitaba algo superior a nosotros para hacernos aceptables a
sus ojos. Y Dios nos amó tanto que estuvo dispuesto a hacer lo que fuera
necesario para rescatarnos de nuestra terrible condición.
Su solución fue la gracia. Dios envió a un Salvador que cargó
con nuestros pecados, que se hizo pecado por nosotros, y que sufrió la ira del
Padre por esos pecados. Este Salvador era el unigénito Hijo de Dios, quien pagó
la deuda que debíamos por nuestras transgresiones pasadas, presentes y futuras
—una deuda que nosotros jamás podríamos haber pagado.
Jesús fue el Cordero que derramó su sangre en nuestro lugar —un
Redentor que nos rescató de la muerte espiritual y nos hizo aceptables delante
Dios. ¿Qué ocurrió? Fue un milagro de vida, un renacimiento para todos los que
habríamos de creer, porque una vez estuvimos muertos espiritualmente.
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